9.- La Memoria del 2 de enero de 1878
El capitán de navío,
Miguel Grau, fue nombrado comandante general de la Marina el
30 de mayo de 1877 y al juramentarse ofreció hacer un
informe sobre el estado general en que se encontraban los
barcos y de la marina en general. El comandante de la
Marina, elevaba a sus superiores, el 2 de enero de 1878, una
Memoria, en la que decía entre otras cosas, lo
siguiente:
 |
El «Huáscar»; tenía dos mástiles;
pero en junio de 1879, Grau le hizo quitar el
trinquete de proa por que estorbaba el tiro de los
cañones |
“De algún tiempo atrás la marina no ha hecho
adelanto material alguno, a excepción del aumento que ha
recibido con el transporte “Limeña”, lejos de esto, su
importancia ha desmerecido mucho, pues siendo nuestros
principales buques construidos en una época en que el
blindaje y gruesa artillería hacían sus primeros ensayos, ya
han quedado muy atrás de las poderosas naves de guerra que
se construyen en el día. Esta novedad que se ha hecho una ne- cesidad imperiosa en todas las nacio- nes,
proporcionalmente a sus exigen- cias, me hace llamar la
preferente atención de vuestra excelencia que tanto conoce
cuanto afianza una buena escuadra, los intereses, la
tranquilidad y la soberanía de la nación.
Demasiado conozco la
aflictiva situación de nuestro erario, sin embargo, en
atención a las consideraciones expuestas, creo de mí deber
reclamar la prestigiosa influencia de vuestra excelencia,
para reforzar nuestra escuadra con los buques que según su
ilustrada opinión sean necesarios.
Haciendo a V.E. el
anterior pedido, justo y conveniente es que opine sobre la
supresión de los buques que por su poca marcha, o por su
estado de deterioro o inutilidad, sólo aumentan los gastos
de la escuadra sin provecho y con detrimento de la
conservación de los demás buques”
Era ministro de Guerra y
Marina el general Pedro Bustamante, el cual acompañando a la
Memoria una información suya, la envió al congreso el 28 de
julio de 1878. La cámara de diputados, tomó conocimiento de
ella en sesión del 11 de septiembre del mismo año y acordó
acuse de recibo y su pase al archivo y nada más. Es decir
que todos los hombres públicos estaban ciegos
En la sesión de la cámara
de diputados del 11 de noviembre de 1912, el diputado Rafael
Grau Cabero, dijo: “Aunque sea algo personal, por referirse
a mi progenitor, voy a mencionar un caso en que dos tenían
la razón contra muchos que no la tuvieron.. Cuando se
discutió en el Perú la rescisión del contrato de los
acorazados, que debía adquirir el país se nombró una
comisión de marinos y sólo mi padre (Miguel Grau) y el
padre de mi honorable compañero señor Carreño (Cap. navío
José Rosendo Carreño) sostuvieron que debía de llevarse a
cabo dicho contrato, costare lo que costare.” El presidente
Manuel Pardo no era partidario de adquisiciones navales y
cuando se le dijo que comprase acorazados manifestó que el
Perú tenía dos, llamados Bolivia y Argentina, aludiendo, al
apoyo que tenía de esos dos países.
Carta a su hermano materno Roberto
Pocos días antes de su
muerte, Grau escribió a su hermano mayor, el coronel José
Anselmo Roberto Díaz Seminario, una carta desde Arica.
Anselmo era 8 años mayor
y en Lima tuvo tratos frecuentes con Miguel. Lo mismo
sucedía con su otro hermano Emilio Díaz Seminario que era
marino.
Arica, 4 de septiembre de
1879.
Señor Roberto Díaz .-Lima
Querido hermano:
Estoy esperando noticias
tuyas en vísperas de salir para sorprender al enemigo. No
puedo todavía comprender las divisiones políticas, que se
están produciendo en Lima y que no dejan trabajar al
presidente Prado en la defensa nacional ¿Hasta cuándo
seguirá Piérola pretendiendo el Gobierno?
Yo cumplo con mi deber en
cualquier circunstancia, siguiendo las instrucciones
patrióticas del presidente Prado y su apoyo decidido a mis
iniciativas.
Espero noticias tuyas y
de los nuestros. No sabes el gusto que me da leer tus
cartas.Te abraza con todo cariño, tu hermano que te recuerda
mucho. Miguel Grau.
Cartas con Alcalde de Paita
Con la Municipalidad de
Paita, Grau tuvo alguna comunicación y allí se guarda como
reliquia una carta del héroe de fecha 18 de abril de 1879,
cuando la guerra acababa de estallar. El documento escrito
con una bonita letra inglesa, decía lo siguiente;
Señor Alcalde de la Provincia de Paita.
Es en mi poder el
estimable oficio de Ud. de fecha 7 del actual en el que me
adjunta un expediente que el Honorable Consejo de esa
provincia, tan dignamente presidido por Ud., sea puesto bajo
mi égida, para que por mi influencia sea prontamente
despachado por el Ministerio de Hacienda
Altamente interesado por
todo lo que se refiera a esa provincia y penetrado de la
justicia del reclamo, crea Ud. que no omitiré medio alguno
para conseguir sea despachado favorablemente, ya que a pesar
de mis múltiplicadas atenciones me ocuparé de preferencia en
este asunto, para que sea prontamente resuelto.
Sírvase Ud. manifestar mi
agradecimiento al Honorable Concejo que preside, por el
hermoso concepto que de mí se tiene y que trataré de
corresponder a él, siempre que en algo pueda ser útil a los
intereses de esa comunidad, cuyo bien es mi mayor anhelo.
Sírvase Ud. Señor Alcalde
aceptar los sentimientos de mi más distinguida
consideración.
Dios Guarde a Ud.
Miguel Grau
Después de febrero de
1877 estuvo por algunos días como Agregado al Departamento
de Marina. En mayo del mismo año, se le nombró Comandante
General de la Marina. que fue cuando elevó su Memoria al
Ministro de Guerra y Marina. El 7 de marzo de 1879 fue
nombrado Vocal de la Junta Revisora de Ordenanzas Navales,
cargo en el que estuvo poco tiempo por haber Chile declarado
la Guerra al Perú en Abril.
El
hombre
En 1879, faltaba poco
para que Grau cumpliera 45 años, es decir, que estaba en la
plenitud de la vida.
Sobre el dice el historiador
Raúl Porras Barrenechea, que era de buena estatura, ancho y
macizo con una osamenta
vigorosa, de fuerte caja
torácica y caderas robustas, los ojos verdes y melancólicos,
bajo el arca negro de las cejas y el rostro cetrino, curtido
por los vientos marinos y circundado por la pelambre negra
de las patillas a la moda española de la época. Esta figura
noble y bondadosa, cobijada tras de un haz compacto de
músculos y tendones, cuya voz delgada no respondía a su
enérgica complexión realizaba el ideal masculino de la
fuerza de los héroes homéricos.
A su vez, la
historiadora Ella Dunbar Temple, en «El Victorial de Grau»,
expresaba que Grau fue un hombre varonil y de recia apostura
y la descripción de su persona podía semejar la de un atleta
antiguo: macizo, robusto y muy fuerte, de más alto que
mediano porte, ancho de espaldas y de elevado pecho; y de un
andar decidido con el típico balanceo del marino. Su
cabello, bigotes y tupidas patillas a la española, que
adoptó ya en su madurez, eran muy negros y enmarcaban un
rostro curtido por los vientos y soles de todo los mares.
Libre quedaba el mentón, fuerte, recio y a lo que parece de
partida barbilla. La frente alta y despejada como preñada de
inquietudes y cuidados, las orejas grandes y enhiestas, la
nariz de trazo recto regular, las cejas negras y unidas y
los labios firmes de raro sonreír, conformaban una fisonomía
leal, bondadosa y a la par recia, de rasgos severos y
masculinos.
En ese conjunto, de
líneas tan enteras, se imponen los ojos de mirada
penetrante, serena y dulce, a los que se atribuye un color
verde oscuro sombreados o velados por intima melancolía y de
los cuales parecía escapársele el alma, a las regiones
imprecisas del ensueño. El sólito contraste con éstas
condiciones físicas, de tan definida y probada varonía, era
su voz reposada, la cual según testigos primarios, tenía un
timbre delgado y en ocasiones atiplado. Era Grau de natural
elegancia, cuidadoso en el vestir y que no dejaba de
apostarse. Los que lo trataron en sociedad memoran su buen
trato, su delicadeza y sus finos modales, propios de su
señoría espiritual, a los que se adunaba un buen sentido de
la prudencia. Su carácter se señalaba por la sobriedad,
decoro y gran naturalidad de todos sus gestos y actitudes.
Acostumbrado a las largas soledades de los mares, se
trasluce su ideal de vida silente, serena y austera a la
cual no era ajena su generosa solidaridad humana. Con
igualdad de genio, parco y lento en el hablar, severo, poco
expansivo y a menudo taciturno, no era hombre de discursos y
sus palabras fluían a largos intervalos; y esa extrema
combinación de fuerza con el sentimiento de melancolía que
le era característico, suministra posiblemente el mejor
enfoque de sus más alquitranadas esencias. Otra parte y
grande, resultaba de sus calidades morales y espirituales.
Su gran sensibilidad se revela en el afecto a sus hijos, a
los niños y a todos los que de él dependían; y fueron
proverbiales su lealtad, gran caballerosidad, entereza a
toda prueba, nobleza y energía de ánimo. Hombre íntegro de
su propia inclinación no quería entender salvo en cosas
justas y rectas, no cuidaba de vanidades ni ambiciones y
sólo se proyectaba al cumplimiento del deber, en el cual era
inflexible consigo mismo y con los demás. Como era un
paradigma, su honradez y la honestidad inmaculada de su vida
pública y privada, en tiempos de menguados valores muy
diversos, su oficialidad y tripulación acataban el rigor de
su disciplina y supo inspirarles cariñoso respeto, confianza
y entusiasmo en la guerra y en la paz.
Como la más pura flor de
sus virtudes trascendía la resignación que le permitía
afrontar frío e inmutable, todas las situaciones de su
azarosa existencia. Su muerte es el mejor ejemplo de esa
condición suya, la acató con plena conciencia, porque se
sabía atado a su propia leyenda y ya no tenía vida ni
destino propios.
Grau era un ferviente
católico, era muy devoto de Santa Rosa de Lima y oía Misa
todos los domingos con su esposa e hijos en la Iglesia de la
Merced. A invitación de su amigo el médico del «Huáscar»
Santiago Távara Renovales, ingresó a la logia masónica del
Callao Cruz Austral Nª 12, al mismo tiempo que su camarada
y paisano el contralmirante Lizardo Montero. Posteriormente
se asoció a la Logia “Virtud y «Unión»” Nª 3. Grau llegó a
conocer a su esposa, precisamente por que desde jóvenes,
ambos concurrían a esa iglesia.