Hace dos mil quinientos años era ya famoso en Grecia el poema de la
Ilíada. Unos dicen que lo compuso Homero, el poeta ciego de la barba de
rizos, que andaba de pueblo en pueblo cantando sus versos al compás de
la lira, como hacían los aedas de entonces. Otros dicen que no hubo
Homero, sino que el poema lo fueron componiendo diferentes cantores.
Pero no parece que pueda haber trabajo de muchos en un poema donde no
cambia el modo de hablar, ni el de pensar, ni el de hacer los versos, y
donde desde el principio hasta el fin se ve tan claro el carácter de
cada persona que puede decirse quién es por lo que dice o hace, sin
necesidad de verle el nombre. Ni es fácil que un mismo pueblo tenga
muchos poetas que compongan los versos con tanto sentido y música como
los de la Ilíada, sin palabras que falten o sobren; ni que todos los diferentes
cantores tuvieran el juicio y grandeza de los cantos de Homero, donde
parece que es un padre el que habla.
En
la Ilíada no se cuenta toda la guerra de treinta años de Grecia contra
Ilión, que era como le decían entonces a Troya; sino lo que pasó en
la guerra cuando los griegos estaban todavía en la llanura asaltando a
la ciudad amurallada, y se pelearon por celos los dos griegos famosos,
Agamenón y Aquiles. A Agamenón le llamaban el Rey de los Hombres, y
era como un rey mayor, que tenía más mando y poder que todos los que
vinieron de Grecia a pelear contra Troya, cuando el hijo del rey
troyano, del viejo Príamo, le robó la mujer a Menelao, que estaba de
rey en uno de los pueblos de Grecia, y era hermano de Agamenón. Aquiles
era el más valiente de todos los reyes griegos, y hombre amable y
culto, que cantaba en la lira las historias de los héroes, y se hacía
querer de las mismas esclavas que le tocaban de botín cuando se
repartían los prisioneros después de sus victorias. Por una
prisionera fue la disputa de los reyes, porque Agamenón se resistía a
devolver al sacerdote troyano Crisés su hija Criséis, como decía el
sacerdote griego Calcas que se debía devolver, para que se calmase en
el Olimpo, que era el cielo de entonces, la furia de Apolo, el dios del
Sol, que estaba enojado con los griegos porque Agamenón tenía cautiva
a la hija de un sacerdote: y Aquiles, que no le tenía miedo a Agamenón, se levantó entre todos los demás, y dijo que se debía
hacer lo que Calcas quería, para que se acabase la peste de calor que
estaba matando en montones a los griegos, y era tanta que no se veía el
cielo nunca claro , por el humo de las piras en que quemaban los
cadáveres. Agamenón dijo que devolvería a Criséis, si Aquiles le
daba a Briséis, la cautiva que él tenía en su tienda. Y Aquiles le
dijo a Agamenón "borracho de ojos de perro y corazón de
venado", y sacó la espada de puño de plata para matarlo delante
de los reyes; pero la diosa Minerva, que estaba invisible a su lado, le
sujetó la mano, cuando tenía la espada a medio sacar. Y Aquiles echó
al suelo su cetro de oro, y se sentó, y dijo que no pelearía más a
favor de los griegos con sus bravos mirmidones, y que se iba a su
tienda. Así empezó la cólera de Aquiles, que es lo
que cuenta la Ilíada, desde que se enojó en esa disputa, hasta que el
corazón se le enfureció cuando los troyanos le mataron a su amigo
Patroclo, y salió a pelear otra vez contra Troya, que estaba
quemándole los barcos a los griegos y los tenía casi vencidos. No más
que con dar Aquiles una voz desde el muro, se echaba atrás el ejército
de Troya, como la ola cuando la empuja una corriente contraria de
viento, y les temblaban las rodillas a los caballos troyanos. El poema
entero está escrito para contar lo que sucedió a los griegos desde que
Aquiles se dio por ofendido:- la disputa de los reyes,- el consejo de
los dioses del Olimpo, en que deciden los dioses que los troyanos venzan
a los griegos, en castigo de la ofensa de Agamenón a Aquiles,- el
combate de Paris, hijo de Príamo, con Menelao, el esposo de Helena,- la
tregua que hubo entre los dos ejércitos, y el modo con que el arquero
troyano Pandaro la rompió con su flechazo a Menelao,- la batalla del
primer día, en el que valentísimo Diomedes tuvo casi muerto a Eneas de
una pedrada.- la visita de Héctor, el héroe de Troya, a su esposa
Andrómaca, que lo veía pelear desde el muro,- la batalla del segundo
día, en que Diomedes huya en su carro de pelear, perseguido por Héctor
vencedor,- la embajada que mandan los griegos a Aquiles, para que vuelva
a ayudarlos en el combate, porque desde que él no pelea están ganando
los troyanos,- la batalla de los barcos, en que ni el mismo Ajax puede
defender las naves griegas del asalto, hasta que Aquiles consiente en
que Patroclo pelee con su armadura,- la muerte de Patroclo,- la vuelta
de Aquiles al combate, con la armadura nueva que le hizo el dios
Vulcano,- el desafío de Aquiles y Héctor, - la muerte de Héctor,. y
las súplicas con que su padre Príamo logra que Aquiles le devuelva el
cadáver, para quemarlo en Troya en la pira de honor, y guardar los
huesos blancos en una caja de oro. Así se enojó Aquiles, y ésos
fueron los sucesos de la guerra, hasta que se le acabó el enojo.
A Aquiles no lo pinta el poema como hijo de hombre, sino de la diosa del
mar, de la diosa Tetis. Y eso no es muy extraño, porque todavía hoy
dicen los reyes que el derecho de mandar en los pueblos les viene de
Dios, que es lo que llaman "el derecho divino de los reyes", y
no es más que una idea vieja de aquellos tiempos de pelea, en que los
pueblos eran nuevos y no sabían vivir en paz, como viven en el cielo y
las estrellas, que todas tienen luz aunque son muchas, y cada una brilla
aunque tenga al lado otra. Los creían como los hebreos, y como otros
muchos pueblos, que ellos eran la nación favorecida por el creador del
mundo, y los únicos hijos del cielo en la tierra. Y como los hombres
son soberbios, y no quieren confesar que otro hombre sea más fuerte o
más inteligente que ellos, cuando había un hombre fuerte o inteligente
que se hacía rey por su poder, decían que era hijo de los dioses. Y
los reyes se alegraban de que los pueblos creyesen esto; y los
sacerdotes decían que era verdad, para que los reyes les estuvieran
agradecidos y los ayudaran. Y así mandaban juntos los sacerdotes y los
reyes. Cada rey tenía en el Olimpo sus
parientes, y era hijo o sobrino, o nieto de un dios, que bajaba del
cielo a protegerlo o a castigarlo, según les llevara a los sacerdotes
de su templo muchos regalos o pocos; y el sacerdote decía que el dios
estaba enojado cuando el regalo era pobre, o que estaba contento, cuando
le habían regalado mucha miel y muchas ovejas. Así se ve en la Ilíada, que hay como dos historias en el poema, una en la tierra, y en
el cielo otra; y que los dioses del cielo son como una familia, solo que
no hablan como personas bien criadas, sino que se pelean y se dicen
injurias, lo mismo que los hombres en el mundo. Siempre estaba Júpiter,
el rey de los dioses, sin saber qué hacer; porque su hijo Apolo quería
proteger a los troyanos, y su mujer Juno a los griegos, lo mismo que su
otra hija Minerva; y había en las comidas del cielo grandísimas
peleas, y Júpiter le decía a Juno que lo iba a pasar mal si no se
callaba enseguida, y Vulcano, el cojo, el sabio del Olimpo, se reía de
los chistes y maldades de Apolo, el de pelo colorado, que era el dios
travieso. Y los dioses subían y bajaban, a llevar y traer a Júpiter
los recados de los troyanos y los griegos; o peleaban sin que se les
viera en los carros de sus héroes favorecidos; o se llevaban en brazos
por las nubes a su héroe, para que no lo acabase de matar el vencedor
con la ayuda del dios contrario. Minerva toma la figura del viejo
Néstor, que hablaba dulce como la miel, y aconseja a Agamenón que
ataque a Troya. Venus desata el casco de Paris cuando el enemigo Menelao
lo va arrastrando del casco por la tierra; y se lleva a Paris por el
aire. Venus también se lleva a Eneas; vencido por Diomedes, en sus
brazos blancos. En una escaramuza va Minerva guiando el carro de pelear
del griego, y Apolo viene contra ella, guiando el carro troyano. Otra
vez, cuando por engaño de Minerva dispara Pandaro su arco contra
Menelao, la flecha terrible le entró poco a Menelao en la carne, porque
Minerva a apartó al caer, como cuando una madre le espanta a su hijo
de la cara una mosca.
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