Los padres se lo quieren
dar todo a sus hijos, y si ven un caballo hermoso, con la cola que le reluce y
el pelo como de seda, no piensan en montarse ellos, como señorones, y salir
trotando por la alameda, donde van de paseo por la tarde los coches y los
jinetes, sino que piensan en sus hijos los padres, y se ponen a trabajar
todavía más, para comprarle al hijito el caballo hermoso. Si pasa un niño en
un velocípedo, con su vestido de terciopelo y su cachucha, y tan de prisa que
todo el mundo se va para verlo, el padre no piensa en comprarse un velocípedo
él, sino en que su hijito estará lindo de veras cuando vaya como el niño de
del terciopelo y la cachucha, en sus dos ruedas que dan como una luz cuando
andan, y van casi tan de prisa como la luz, que es lo anda más pronto en el
mundo. La luz no se ve, y es verdad, como que si se acabase la luz, se rompería
el mundo en pedazos, como se rompen allá en por el cielo las estrellas que se
enfrían. Así hay muchas cosas que son verdad aunque no se las vea. Hay gente
loca, por supuesto, y es la que dice que no es verdad sino lo que se ve con los
ojos. ¡Como si alguien viera el pensamiento, ni el cariño, ni lo que, allá
dentro de su cabeza canosa, va hablándose el padre, para cuando haya trabajado
mucho, y tenga con qué comprarle caballos como la seda o velocípedos como la
luz a su hijo!
El hombre de la
Edad de Oro es así, lo mismo que los padres: un padrazo es el hombre de la
Edad de Oro: como una estatua que hay en el río Nilo, donde hace de río un
viejo muy barbón, y encima de él saltan, y juegan, y dan vueltas de cabeza
los muchachos traviesos, lo que no quiere decir, por supuesto, que el río
Nilo sea un viejo de verdad, ni que sus cien hijos jugaran así encima de
él, sino que el río Nilo es como un padre para toda aquella gente de las
tierras de Egipto, porque les humedece los sembrados cada vez que baja de
los montes con mucha agua, y así las siembras les dan mucho fruto: por eso
quieren al río los egipcios como si fuera persona, y lo pintan tan viejo,
porque desde hace miles de años ya hablaban del Nilo los libros de
entonces, que estaban escritos en unas tiras largas que hacían de una yerba,
y luego las enrollaban alrededor de una varilla, y las metían en su nicho,
como los que tienen ahora los escritorios para guardar los papeles. Y los
egipcios le rezaban al Nilo, como si fuera un dios, y le componían versos y
cantos; y como que nada les parecía mejor que una joven hermosa, sacaban de
su casa una vez al año a la egipcia más linda, y la echaban al agua, como
regalo al río viejo, para que se contentase para el año, con aquella hija
que le daban, y bajase del monte con más agua que nunca.
Así son los
padres buenos, que creen que todos los niños son sus hijos, y andan como el
río Nilo, cargados de hijos que no se ven, y son los niños del mundo, los
niños que no tienen padre, los niños los niños que no tienen quien les
dé velocípedo, ni caballo, ni cariño, ni un beso. Y así es el hombre de
La Edad de Oro, que en cada número quisiera poner el mundo para los niños,
a más de su corazón; pero en la imprenta dicen que el corazón cabe
siempre, y el mundo no, ni el artículo de La Luz Eléctrica, que cuenta
cómo se hace la luz, y qué cosa es la electricidad, y cómo se
enciende y se apaga, y muchas cosas que parecen sueño o cosa de los más
hondo y hermoso del cielo: porque la luz eléctrica es como la de las
estrellas, y hace pensar en que las cosas tienen alma, cono dijo en sus
versos latinos un poeta, Lucrecio, que hubo en Roma, y en que ha de
parar el mundo cuando sean buenos todos los hombres, en una vida de
mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni ruido, ni noche ni día,
sino un gusto de vivir, queriéndose todos como hermanos, y en al alma
una fuerza serena, como la de la luz eléctrica. Con todo eso, no cupo
el artículo, y hubo que escribir otro más corto, que es ese que habla
de la caza del elefante, y el modo con que venció el niño cazador al
elefante fuerte. Nadie diga que el cambio no fue bueno. Se ha de conocer
las fuerzas del mundo para ponerlas a trabajar, y hacer que la
electricidad que mata en un rayo, alumbre en la luz. Pero el
hombre ha de aprender a defenderse y a inventar, viviendo al aire libre,
y viendo la muerte de cerca, como el cazador del elefante. La vida de
tocador no es para hombres. Hay que ir de vez en cuando a vivir en lo
natural, y a conocer la selva.
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