Este es el número
famoso de la Edad de Oro, donde se ve lo viejo y lo nuevo del mundo, y se
aprende cómo las cosas de guerra y de muerte no son tan bellas como las
de trabajar. ¡A saber si el tiempo del Padre las Casas era mejor que el
de la Exposición de París! ¿Y quién es mejor: Masicas, o Pilar? Sólo
que en todo lo esta vida hay siempre un desventurado. Y el desventurado de
La Edad de Oro es el artículo sobre la Historia de la cuchara, el tenedor
y el cuchillo, que en cada número se anuncia muy orondo, como si fuera
una maravilla, y luego sucede que no que queda lugar para él. lo que le
está muy bien empleado, por pedante, y por andarse anunciando así. Las
cosas buenas se deben hacer sin sin llamar al universo para que lo vea a
uno pasar. Se es bueno porque sí: y porque allá adentro se siente como
un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha hecho algo útil a los demás.
Eso es mejor que ser príncipe: ser útil. Los niños debían echarse a
llorar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que
sirvan de algo.
¡Quién
sabe si sirve, quién sabe, el artículo de la Exposición de París!
Pero, va a suceder como con la Exposición, que de grande que es no se la
puede ver toda, y la primera vez se sale de allí como con chispas y joyas
en la cabeza, pero luego se ve más despacio, y cada hermosura va
apareciendo entera y clara entre las otras. Hay que leerlo dos veces: y
leer luego cada párrafo suelto; lo que hay que leer, sobre todo, con
mucho cuidado, es lo de los pabellones de nuestra América. Una pena tiene
la Edad de Oro; y es que no pudo encontrar lámina del pabellón del
Ecuador. ¡Está triste la mesa cuando falta uno de sus hermanos!
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