Hay
un cuento muy lindo de una niña que estaba enamorada de la luna, y no la
podían sacar al jardín cuando había luna en el cielo, porque le tendía
los bracitos como si la quisiera coger, y se desmayaba de la desesperación
porque la luna no venía; hasta que un día, de tanto llorar, la niña se
murió, en una noche de luna llena.
La Edad de Oro no se quiere morir, porque nadie debe morirse mientras
pueda servir para algo, y la vida es como todas las cosas, que no debe
deshacerla sino el que puede volverlas a hacer. Es como robar, deshacer lo
que no se puede volver a hacer. El que se mata, es un ladrón. Pero la
Edad de Oro se parece a la niñita del cuento, porque siempre quiere
escribir para sus amigos los niños más de lo que cabe en el papel, que
es como querer coger la luna. ¿No les ofreció la Historia de la Cuchara,
el Tenedor y el Cuchillo para este número? Pues no cupo. Ni otras muchas
cosas más que les tenía escritas. Así es la vida, que no cabe en ella
todo el bien que pudiera uno hacer. Los niños debían juntarse una vez
por lo menos a la semana, para ver a quien podían hacerle algún bien,
todos juntos.
Y ahora nos juntaremos, el hombre de La Edad de Oro y sus amiguitos, y
todos en coro, cogidos de la mano, les daremos las gracias con el corazón,
gracias como de hermano, a las hermosas señoras y nobles caballeros que
han tenido el cariño de decir que La Edad de Oro es buena.
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