Cervantes empezó a escribir en
verso, y no tenía todo el bigote cuando ya había escrito sus pastorales y
canciones a la moda italiana. Wieland, el poeta alemán, leía de corrido a los
tres años, a los siete traducía del latín a Cornelio Nepote, y a los diez y
seis escribió su primer poema didáctico de El Mundo Perfecto. Klopstock, que desde niño fue impetuoso y apasionado, comenzó a escribir su
poema de la Mesiada a los veinte años.
Schiller nació con la pasión
por la poesía. Cuentan que un día de tempestad lo encontraron encaramado en un
árbol adonde se había subido "para ver de dónde venía el rayo. ¡por que
era tan hermoso!" Schiller leyó la Mesiada a los catorce
años, y se puso a componer un poema sacro sobre Moisés. De Goethe se dice que
antes de cumplir los ocho años escribía en alemán, en francés, en italiano,
en latín y en griego, y pensaba tanto en las cosas de la religión que imaginó
un gran "dios de la naturaleza", y le encendía hogares en señal de
adoración. Con el mismo afán estudiaba la música y el dibujo, y toda especie
de ciencias. El bravo poeta Koerner murió a los veinte años como quería él
morir, defendiendo a su patria. Era enfermizo de niño, pero nada contuvo su
amor por la ideas nobles que se celebran en los versos. Dos horas ates de morir
escribió El Canto de la Espada.
Tomás Moore, el poeta de Las
Melodías Irlandesas, dice que casi todas las comedias buenas y muchas de
las tragedias famosas han sido obras de la juventud. Lope de Vega y Calderón,
que son los que más han escrito para el teatro, empezaron muy temprano, uno a
los doce años y otro a los trece. Lope cambiaba sus versos con los
condiscípulos por juguetes y láminas, y a los doce años ya había compuesto
dramas y comedias. A los diez y ocho publicó su poema de la Arcadia,
con pastores por héroes. A los veintiséis iba en un barco de la armada
española, cuando el asalto a Inglaterra, y en el barco escribió varios poemas.
Pero los centenares de comedias que lo han hecho célebre los escribió después
de su vuelta a España, siendo ya sacerdote. Calderón no escribió menos de
cuatrocientos dramas. A los trece años compuso su primera obra El Carro
del cielo. A los cincuenta se hizo sacerdote, como Lope, y ya no
escribió más que piezas sagradas.
Estos poetas españoles
escribieron sus obras principales antes de llegar a los años de la madurez.
Entre los poetas de las tierras del Norte la inteligencia anda mucho más
despacio. Moliére tuvo que educarse por sí mismo; pero a los treinta y un año
ya había escrito El Atolondrado. Voltaire a los doce escribía
sátiras contra los padres jesuitas del colegio en que se estaba educando: su
padre quería que estudiase leyes, y se desesperó cuando supo que el hijo
andaba recitando versos entre la gente alegre de Paris; a los veinte años
estaba Voltaire preso en la Bastilla por sus versos burlescos contra el rey
vicioso que gobernaba en Francia; en la prisión corrigió su tragedia de Edipo,
y comenzó su poema la Henriada.
El alemán Kotzebue fue otro
genio dramático precoz. A los siete años escribió una comedia en verso, de
una página. Entraba como podía en el teatro de Weimar, y cuando no tenía con
qué pagar se escondía detrás del bombo hasta que empezaba la representación.
Su mayor gusto era andar con teatros de juguete y mover a los muñecos en la
escena. A los diez y ocho años se representó su primera tragedia en un teatro
de amigos.
Víctor
Hugo no tenía más que quince años cuando escribió su tragedia Irtamene.
Ganó tres premios seguidos en los juegos florales; a los veinte
escribió Bug Jargal, y un año después su novela Han
de Islandia, y sus primeras Odas y Baladas. Casi
todos los poetas franceses de su tiempo eran muy jóvenes. "En
Francia", decía en burla el crítico Moreau, "ya no hay quien
respete a un escritor si tiene más de diez y ocho años".
El inglés Congreve escribió a los diez y nueve su novela Incógnita, y
todas sus comedias antes de los veinticinco. A Sheridan lo llamaba su
maestro "burro incorregible""; pero a los veintiséis
años había escrito su Escuela del Escándalo. Entre los
poetas ingleses de la antigüedad hubo muy pocos precoces. Se sabe poco
de Chaucer, Shakespeare y Spencer. El mismo Shakespeare llama
"primogénito de su invención" al poema Venus y Adonis,
que compuso a los veintiocho años. Milton tendría veintiséis años
cuando escribió su Comus. Pero Cowley escribía versos
mitológicos a los doce años. Pope "empezó a hablar en
versos": su salud era mísera y su cuerpo deforme, pero por más
que le doliera la cabeza, los versos le salían muchos y buenos. El que
había de idear La Borricada volvió un día a su casa
echado de la escuela por una sátira que escribió contra el maestro.
Samuel Johnson dice que Pope escribió su oda a La Soledad
a los doce años, y sus Pastorales a los diez y seis; de
los veinticinco a los treinta, tradujo la Iliada.
El infelíz Chatterton logró engañar con una maravillosa
falsificación literaria a los eruditos más famosos de su tiempo:
rebosan genio la oda de Chatterton a la Libertad y su Canto
del Bardo. Pero era fiero y arrogante, de carácter descompuesto
y defectuoso, y rebelde contra las leyes de la vida. Murió antes de
haber comenzado a vivir.
Robert Burns, el poeta escocés, escribía ya a los diez y seis años
sus encantadoras canciones montañesas. El irlandés Moore componía a
los trece versos buenos a su Celia famosa, y a los catorce había
empezado a traducir del ciego Anacreonte. En su casa no sabían qué
significaban aquella ninfas, aquellos placeres alados, y aquellas
canciones al vino. Moore se libró pronto de estos modelos peligrosos, y
alcanzó fama mejor con los versos ricos de su Lalla Rookh
y la prosa ejemplar de su Vida de Byron.
Keats, el más grande de los poetas jóvenes de Inglaterra, murió a los
veinticuatro años, ya célebre. Pero nadie hubiera podido decir en su
niñez que había de ser ilustre por su genio poético aquel
estudiantuelo feroz que andaba siempre de peleas y puñetazos. Es verdad
que leía sin cesar; aunque no pareció revelársele la vocación hasta
que leyó a los diez y seis años la Reina Encantada de Spencer: desde entonces sólo vivió para los versos.
Shelley sí fue precocísimo. Cuando estudiaba en Eaton, a los quince
años, publicó una novela y dio un banquete a sus amigos con la
ganancia de la venta. Era tan original y rebelde que todos le decían
"el ateo Shelley", o "el loco Shelley". A los diez y
ocho publicó su poema Reina Mab, y a los diez y nueve lo
echaron del colegio por el atrevimiento con que defendió sus doctrinas
religiosas; a los treinta años murió ahogado, con un tomo de versos de
Keats en el bolsillo. Maravillosa es la poesía de Shelley por la
música del verso, la elegancia de la construcción y la profundidad de
las ideas. Era un manojo de nervios siempre vibrantes, y tenía tales
ilusiones y rarezas que sus condiscípulos lo tenían por destornillado;
pero su inteligencia fue vivísima y sutil, su cuerpo frágil se
estremecía con las más delicadas emociones, y sus versos son de
incomparable hermosura.
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