Byron fue otro genio
extraordinario y errante de la misma época de Shelley y de Keats. Desde la
escuela se le conoció el carácter turbulento y arrebatado. De los libros se
cuidaba poco; pero antes de los ocho años ya sufría de penas de hombre. Tenía
una pierna más corta que la otra, aunque eso no le quitaba los bríos, y se
hizo el dueño de la escuela a fuerza de puños, como Keats: él mismo cuenta
que de siete batallas perdía una. Cuando estaba en Cambridge de estudiante,
tenía en su casa un oso y varios perros de presa, y cada día contaban de él
una historia escandalosa: aquél era sin embargo el niño sensible que a los
doce años había celebrado en versos sentidos a una prima suya. Leía con afán
todos los libros de literatura, y a los diez y ocho años publicó para sus
amigos su primer libro de versos: Horas de Ocio. La Revista
de Edimburgo habló del libro con desdén, y Byron contestó con su
célebre sátira sobre los Poetas Ingleses y los Críticos de Escocia.
Cumplía los veinticuatro cuando salió al público el primer canto de su poema
Childe Harold. "A los veinticinco años", dice Macauley, "se vio
Byron en la cima de la gloria literaria, con todos los ingleses famosos de la
época a sus pies. Byron era ya más célebre que Scott, Wordsworth, y Southey.
Apenas hay ejemplo de un ascenso tan rápido a tan vertiginosa eminencia."
Murió a los treinta y siete años, edad fatal para tantos hombres de genio.
Coleridge escribió a los
veinticinco su himno del Amanecer, donde se ven en unión completa la sublimidad
y la energía. Bulwer Lytton tenía hecho a los quince su Ismael.
A los diez y siete había publicado su primer tomo la poetisa Barret Browning,
que desde los diez escribía en verso y prosa. Robert Browning, su marido,
publicó el Paracelso a los veintitrés. A los veinte había
escrito Tennyson algunas de las poesías melodiosas que han hecho ilustre su
nombre. Se ve, pues, que en el fuego tumultuoso de la juventud han nacido muchas
de las obras más nobles de la música, la pintura y la poesía. Suele el genio
poético decaer con los años, aunque Goethe dice que con la edad se va haciendo
mejor el poeta. Es seguro que si no hubieran muerto tan temprano los poetas
precoces, habrían imaginado después obras más perfectas que las de su
juventud. La fuerza del genio no se acaba con la juventud.
Pero las dotes especiales que
hacen más tarde ilustres a los hombres se revelan casi siempre entre los diez y
siete y veintitrés años. Puede irse desarrollando poco a poco el talento
poético; pero el que es poeta de veras, siempre lo mostrará de algún modo.
Crabbe y Wordsworth, que descubrieron el genio tarde, escribían versos desde la
niñez. Crabbe llenó de versos toda una gaveta, cuando estaba de aprendiz de
cirujano; y Wordsworth, que era agrio y melancólico de niño, empezó a hacer
cuartetas heroicas a los catorce. Shelley dice de Wordsworth que "no tenía
más imaginación que un cacharro", lo que no quita que sea Wordsworth un
poeta inmortal. No fue precoz como Shelley; pero creció despacio y con firmeza,
como un roble, hasta que llegó a su majestuosa altura.
Walter Scott tampoco fue precoz.
Su maestro dijo que no tenía cabeza para el griego, y él mismo cuenta que fue
de muchacho muy travieso y holgazán; pero gozaba de mucha salud, y era gran
amigo de los juegos de su edad. En lo primero en que se le vio el genio fue en
su gusto por las baladas antiguas, y en su facilidad extraordinaria para
inventar historias. Cuando su padre supo que había estado vagando por el país
con su camarada Clark, metiéndose por todas partes, y posando en las casas de
los campesinos, le dijo: -"¡Dudo mucho, señor, de que sirva Ud. más que
para cola de caballo!" De su facilidad para los cuentos, el mismo Scott
dice que en las horas de ocio de los inviernos, cuando no tenían modo de estar
al aire libre, mantenía muchas horas maravillosas con sus narraciones a sus
compañeros de escuela, que se peleaban por sentarse cerca del que les decía
aquellas historias lindas que no acababan nunca.
Dice Carlyle que en
una clase de la escuela de gramática de Edimburgo había dos muchachos:
"John, siempre hecho un brinquillo, correcto y ducal; Walter
siempre desarreglado, borrico y tartamudo. Con el correr de los años,
John llegó a ser el Regidor John, de un barrio infeliz, y Walter fue
Sir Walter Scott, de todo el universo." Dice Carlyle, con mucho
seso, que la legumbre más precoz y completa es la col. A los treinta
años no se podía decir de seguro que Scott tuviera genio para la
literatura. A los treinta y uno publicó su primer tomo del Cancionero
de Escocia, y no imprimió su novela Waverly hasta
los cuarenta y tres, aunque la tenía escrita nueve años antes.
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