Por
Yucatán estuvo el imperio de aquellos príncipes mayas, que eran de pómulos
anchos, y frente como la del hombre blanco de ahora. En Yucatán están
las ruinas de Sayil, con su Casa Grande, de tres pisos, y con su
escalera de diez varas de ancho. Está Labná, con aquel edificio
curioso que tiene por cerca del techo una hilera de cráneos de piedra,
y aquella otra ruina donde cargan dos hombres una gran esfera, de pie
uno, y el otro arrodillado. En Yucatán está Izmal, donde se encontró
aquella Cara Gigantesca, una cara de piedra de dos varas y más. Y Kabah
está allí también, la Kabah que conserva un arco, roto por arriba,
que no se puede ver sin sentirse como lleno de gracia y nobleza. Pero
las ciudades que celebran los libros del americano Stephens, de Brasseur,
de Bourbourg y de Charney, de Le Plongeon y su atrevida mujer, del francés
Nadaillac, son Uxmal y Chichén-Itzá, las ciudades de los palacios
pintados,, de las casas trabajadas lo mismo que el encaje, de los pozos
profundos y os magníficos conventos. Uxmal está como a dos leguas de Mérida,
que es la ciudad de ahora, celebrada por su lindo campo de henequén, y
porque su gente es tan buena que recibe a los extranjeros como hermanos.
En Uxmal son muchas las ruinas notables, y todas, como por todo México,
están en las cumbres de las pirámides, como si fueran los edificios de
más valor, que quedaron en pie cuando cayeron por tierra las
habitaciones de fábrica más ligera. La casa más notable es la
que llaman en los libros "del Gobernador", que es toda de
piedra ruda, con más de cien varas de frente y trece de ancho, y con
las puertas ceñidas de un marco de madera trabajada con muy rica labor.
a otra casa le dicen de las Tortugas, y es muy curiosa por cierto,
porque la piedra imita una como empalizada, con una tortuga en relieve
de trecho en trecho. La Casa de las Monjas si es bella de veras: no es
una casa sola, sino cuatro, que están en lo alto de la pirámide. A una
de las casas le dicen de la Culebra, porque por fuera tiene cortada en
la piedra viva una serpiente enorme, que le da vuelta sobre vuelta a la
casa entera; otra tiene cerca del tope de la pared una corona hecha de
cabeza de ídolos, pero todas diferentes y de mucha expresión, y
arregladas en grupos que son de arte verdadero, por lo mismo que parecen
como puestas allí por la casualidad: y otro de los edificios tiene
todavía cuatro de las diez y siete torres que en otro tiempo tuvo, y de
las que se ven los arranques junto al techo., como la cáscara de una
muela careada. Y todavía tiene Uxmal la Casa del Adivino, pintada de
colores diferentes, y la Casa del Enano, tan pequeña y bien tallada que
es como una caja de China, de esas que tiene labradas en la madera
centenares de figuras, y tan graciosa que un viajero le llama "obra
maestra de arte y elegancia", y otro dice que "la Casa del
Enano es bonita como una joya".
La ciudad de Chichén-Itzá es toda como la Casa del Enano. Es como un
libro de piedra. Un libro roto, con las hojas en el suelo, hundidas en
la maraña del monte, manchadas de fango, despedazadas. Están por
tierra las quinientas columnas; las estatuas sin cabeza, al pie de las
paredes a medio caer; las calles, de la yerba que ha ido creciendo en
tantos siglos, están tapidas. Pero de lo que queda en pie, de cuanto se
ve o se toca, nada hay que no tenga una pintura finísima de curvas
bellas, o una escultura noble, de nariz recta y barba larga. En las
pinturas de los muros está el cuento famoso de la guerra de los dos
hermanos locos, que se pelearon por ver quién se quedaba con la
princesa Ara: hay procesiones de sacerdotes, de guerreros, de animales
que parece que miran y conocen, de barcos con dos proas, de hombres de
barba negra, de negros de pelo rizado; y todo con el perfil firme, y el
color tan fresco y brillante como si aún corriera sangre por las venas
de los artistas que dejaron escritas en jeroglíficos y en pinturas la
historia del pueblo que echó sus barcos por las costas y ríos de todo
Centroamérica, y supo de Asia por el Pacífico y de África por el Atlántico.
Hay piedra en que un hombre en pie envía un rayo desde sus labios
entreabiertos a otro hombre sentado. Hay grupos y símbolos que parecen
contar, en una lengua que no se puede leer con el alfabeto incompleto
del obispo Landa, los secretos del pueblo que construyó el Circo, el
Castillo, el Palacio de las Monjas, el Caracol, el pozo de los
sacrificios, lleno en lo hondo de una como piedra blanca, que acaso es
la ceniza endurecida de los cuerpos de las vírgenes hermosas, que morían
en ofrenda a su dios, sonriendo y cantando, como morían por el dios
hebreo en el circo de Roma las vírgenes cristianas, como moría por el
dios egipcio, coronada de flores del pueblo, la virgen más bella,
sacrificada al agua del río Nilo. ¿Quién trabajó como el encaje las
estatuas de Chichén-Itzá? ¿Adónde ha ido, adónde, el pueblo fuerte
y gracioso que ideó la casa redonda del Caracol; la casita tallada del
Enano, la culebra grandiosa de la Casa de las Monjas de Uxmal? ¡Qué
novela tan linda la historia de América!
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