En España habían mandado también los
romanos; pero los moros vinieron luego a conquistar, y fabricaron aquellos
templos suyos que llaman mezquitas, y fabricaron aquellos palacios que parece
cosa de sueño, como si ya no se viviese en el mundo, sino en otro mundo de
encaje y de flores; las puertas eran pequeñas, pero con tantos arcos que parecían
grandes; las columnas delgadas sostenían los arcos de herradura que acababan en
pico, como abriéndose para ir al cielo; el techo era de madera fina, pero todo
tallado, con sus letras moras y sus cabezas de caballos; las paredes estaban
cubiertas de dibujos, lo mismo que una alfombra; en los patios de mármol había
laureles y fuentes; parecían como el tejido de un velo aquellos balcones.
Con las guerras y las amistades
se fueron juntando aquellos pueblos diferentes, y cuando ya el rey pudo más que
los señores de los castillos, y todos los hombres creían en el cielo nuevo de
los cristianos, empezaron a hacer las iglesias "góticas" con sus
arcos de pico, y sus torres como agujas que llegaban a las nubes, y sus pórticos
bordados, y sus ventanas de colores. Y las torres cada vez más altas; porque
cada iglesia quería tener su torre más altas que las otras; y las casas las
hacían así también, y los muebles. Pero los adornos llegaron a ser muchos, y
los cristianos empezaron a no creer en el cielo tanto como antes. Hablaban mucho
de lo grande que fue Roma; celebraban el arte griego por sencillo; decían que
ya eran muchas las iglesias; buscaban modos nuevos de hacer los palacios; y de
todo eso vino una manera de fabricar parecida a la griega, que es lo que llaman
arquitectura del "Renacimiento", pero como en el arte gótico de la
"ojiva" había mucha beldad, ya no volvieron a ser las casas de tanta
sencillez, sino que las adornaron con las esquinas graciosas, las ventanas
altas, y los balcones elegantes de la arquitectura gótica. Eran tiempos de arte
y riqueza, y de grandes conquistas, así que había muchos señores y
comerciantes con palacio. Nunca habían vivido los hombres, ni han vuelto a
vivir, en casas tan hermosas. Los pueblos de otras razas, donde se sabe poco de
los europeos, peleaban por su cuenta o se hacían amigos, y se aprendían su
arte especial unos de otros, de modo que se ve algo de pagoda hindú en todo lo
de Asia, y hay picos como los de los palacios de Lahore en las casas japonesas,
que parecen cosa de aire y de encanto, o casitas de jugar, con sus corredores de
barandas finas y sus paredes de mimbre o de estera. Hasta en la casa del esclavo
y del ruso se ven las curvas revueltas y los techos de punta de los pueblos hindúes.
En nuestra América las casas tienen algo de romano y de moro, porque moro y
romano era el pueblo español que mandó en América, y echó abajo las casas de
los indios. Las echó abajo de raíz; echó abajo sus templos, sus
observatorios, sus torres de señales, sus casas de vivir, todo lo indio lo
quemaron los conquistadores españoles y lo echaron abajo, menos las calzadas,
porque no sabían llevar las piedras que supieron traer los indios, y los
acueductos, porque les traían el agua de beber.
Ahora todos los pueblos del mundo
se conocen mejor y visitan; y en cada pueblo hay su modo de fabricar, según
haya frío o calor, o sean de una raza o de otra; pero lo que parece nuevo en
las ciudades no es su manera de hacer casas, sino que en cada ciudad hay casas
oras, y griegas, y góticas, y bizantinas, y japonesas, como si empezara el
tiempo feliz en que los hombres se tratan como amigos, y se van juntando.
|