Por dentro es la
pagoda como una cinceladura, con encajes de madera pintada de colores
alrededor de los altares; y en las columnas sus mandamientos y sus bendiciones
en letras plateadas y doradas; y los santos de oro, familias enteras de santos,
en el altar tallado. Delante van y vienen los sacerdotes, con sus manteos de
tisú precioso, o seda verde y azul, y el bonete de tejido de oro, uno con la
flor del loto, que es la flor de su dios, por lo hermosa y lo pura, y otro
cargándole el manteo al de la flor, y otros cantando: detrás van los
encapuchados, que son sacerdotes menores, con músicas y banderines, coreando la
oración: en el altar, con sus mitras brillantes, ven la fiesta los dioses
sentados. Buda es su gran dios, que no fue dios cuando vivió de veras, sino u
príncipe bueno, tan fuerte de cuerpo que mano a mano echaba por tierra a leones
jóvenes, y tan hermoso que lo quería como a su corazón el que lo veía
una vez, y de tanto pensamiento que no podían los doctores discutir con él,
porque de niño sabía más que los doctores más sabios y viejos. Y luego se
casó, y quería mucho a su mujer y a su hijo; pero una tarde que salió en su
carro de perlas y plata a pasear, vio a un viejo pobre, vestido de harapos, y
volvió del paseo triste: y una tarde vio a un moribundo, y no quiso pasear
más: y otra tarde vio a un muerto, y su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un
monje que pedía limosnas, y el corazón le dijo que no debía andar en carro de
plata y de perlas, sino pensar en la vida, que tenía tantas penas, y vivir
solo, donde se pudiera pensar, y pedir limosna para los infelices, como el
monje.
Tres veces le dio en su palacio la vuelta a la
cama de su mujer y su hijo, como si fuera un altar, y sollozó: y sintió como
que el corazón se le moría en el pecho. Pero se fue, en lo oscuro de la noche,
al monte, a pensar en la vida, que tenía tanta pena, a vivir sin deseos y sin
mancha, a decir sus pensamientos a los que los querían oír, a pedir limosna
como el monje. Y no comía, más que lo que un pájaro: y no bebía, más que
para no morirse de sed: y no dormía, sino sobre la tierra de su cabaña; y no
andaba, sino con los pies descalzos. Y cuando el demonio Mara le venía a hablar
de la hermosura de su mujer, y de las gracias de su niño, y de la riqueza de su
palacio, y de la arrogancia de mandar en su pueblo como rey, él llamaba a sus
discípulos, para consagrarse otra vez ante ellos a la virtud: y el demonio Mara
huía espantado. Esas son cosas que los hombres sueñan, y llaman demonios a los
consejos malos que vienen del lado feo del corazón: sólo que como el hombre se
ve con cuerpo y nombre, pone nombre y cuerpo, como si fuesen personas, a todos
los poderes y fuerzas de que imagina: ¡y ése es el poder de veras, el que
viene de lo feo del corazón, y dice al hombre que viva para sus gustos más que
para sus deberes, cuando la verdad es que no ha gusto mayor, no hay delicia más
grande, que la vida de un hombre que cumple con su deber, que está lleno
alrededor de espinas!: ¿pero qué es más bello, ni das más aroma que una
rosa? Del monte volvió Buda, porque pensó, después de mucho pensar, que con
vivir sin comer y beber no se hacía bien a los hombres, ni con dormir en
el suelo, ni con andar descalzo, sino
que estaba la
salvación en conocer
las cuatro verdades, que dicen que la vida es toda de dolor, y que el
dolor viene de desear, y que para vivir sin dolor es necesario vivir sin
deseo, y que la dulce nirvana, que es la hermosura como de luz que le da
al alma el desinterés, no se logra viviendo como loco o glotón, para los
gustos de lo material, y para amontonar a fuerza de odio y humillaciones
el mando y la fortuna, sino entendiendo que no se ha de vivir por la
vanidad, ni se ha de querer lo de otros y guardar rencor, ni se ha de
dudar de la armonía del mundo o ignorar nada de él o mortificarse con la
ofensa y la envidia, ni se ha de reposar hasta que el alma sea como una
luz de aurora, que llena de claridad y hermosura al mundo, y llore y
padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre
de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en azul que no se
acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria, y con
los brazos siempre abiertos. Así vivió Buda, con su mujer y con su hijo.
luego que volvió del monte. Después sus discípulos, que eran muchos,
empezaron a vivir de lo que la gente les daba, porque les hablasen de las
verdades de Buda, y de sus hazañas cuando era príncipe, y de cómo
vivió en el monte; y el rey vio que en el nombre de Buda había poder,
porque la gente miraba todo lo de Buda como cosa del cielo, tan hermoso
que no podía ser hombre el que vivió y habló así.
Mandó el rey juntar a los
discípulos, para que pusiesen en libros la historia y los sermones y los
consejos de Buda; y puso los discípulos a sueldo, para que el pueblo viese
juntos el poder del rey y el del cielo, de dónde creía el pueblo que había
venido al mundo Buda. Hubo unos discípulos que hicieron lo que el rey quería,
y salieron con el ejército del rey a quitarles a los países de los alrededores
la libertad, con el pretexto de que les iban a enseñar las verdades de Buda,
que habían venido del cielo: y hubo otros que dijeron que eso era engaño de
los discípulos y robo del rey, y que la libertad de un pueblo pequeño es más
necesaria al mundo que el poder de u rey ambicioso, y la mentira de los
sacerdotes que sirven al rey por su dinero, y que si Buda hubiera vivido,
habría dicho la verdad, que él no vino del cielo sino como vienen los hombres
todos, que traen el cielo en sí mismos, y lo ven, como se ve el sol, cuando,
por el cariño de los hombres y la honradez, llegan a ser como si no fueran de
carne y hueso, sino de claridad, y al malo le tienen compasión, como a un
enfermo a quien se ha de curar, y al bueno le dan fuerzas, para que no se canse
de animar y de servir al mundo: ¡ése si que es el cielo, y gusto divino! Pero
los discípulos que estaban con el rey pudieron más; y el rey les mandó a
hacer pagodas de muchas torres, donde ponían a Buda de dios en el altar, y los
discípulos se mandaron a hacer túnicas de seda y mantos con mucho oro y
bonetes de picos, y a los discípulos más famosos los fueron enterrando en las
pagodas, con sus estatuas sobre la sepultura, y les encendían luces de día y
de noche, y la gente iba a arrodillarse delante de ellos, para que les
consolaran las penas que da el mundo, y les dieran lo que deseaban tener en la
tierra, y los recomendaran a Buda en la hora de morir. Miles de años han
pasado, y hay miles de pagodas. Allí van los anamitas tristes, que ya no
encuentran en la tierra ayuda, y la van a pedir a lo desconocido del cielo.
|