Por veintidós
puertas se puede entrar a la Exposición. La entrada hermosa es por el palacio
del Trocadero, de forma de herradura, que quedó de una Exposición de antes, y
está ahora lleno de aquellos trabajos exquisitos que hacían con plata para las
iglesias y las mesas de los príncipes los joyeros del tiempo de capa y
espadón, cando los platos de comer eran de oro, y las copas de beber eran como
los cálices. Y del palacio se sale al jardín, que es la primera maravilla. De
rosas nada más, hay cuatro mil quinientas diferentes: hay una rosa casi azul.
En una tienda de listas blancas y rojas venden una mujeres jóvenes las
podaderas afiladas, los rastrillos de acero pulido, las regaderas como de
juguete con que se trabaja en los jardines. La tierra está en canteros,
rodeados de acequias, por donde corre el agua clara, haciendo a los canteros
como islotes. Uno está lleno de pensamientos negros; y otro de fresas como
corales, escondidas entre las hojas verdes; y otro de chícharos, y de
espárragos, que dan la hoja muy linda. Hay un cantero rojo y amarillo, que es
de tulipanes. Un rincón es de enredaderas, y el de al lado de helechos
gigantescos, con hojas como plumas. En n laberinto flotan sobre el agua la
ninfea, y el nelumbio rosado del Indostán, y el loto del río Nilo, que parece
una lira. Un bosque es árboles de copa de pico: pino, abeto. Otro es de
árboles desfigurados, que dan la fruta pobre, porque les quitan a las ramas su
libertad natural. Dentro de un cercado de cañas están los lirios y los cerezos
del Japón, en sus tibores de porcelana blanca y azul. Al pie de un palmar, con
paredes de cuanto tronco hay, está el pabellón de Aguas y Bosques, donde se ve
cómo se ha de cuidar a los árboles, que dan hermosura y felicidad a la tierra.
A la sombra de un arce del Japón, están en tazas rústicas, la wellingtoniana
del Norte, que es el pino más alto, y la araucaria, el pino de Chile.
Por sobre un puente se pasa el río de París, el Sena famoso, y ya se ven por
todas partes los grupos de gente asombrada, que vienen de los edificios de
orillas del río, donde está la Galería del trabajo, en que cuecen los
bizcochos en un horno enorme, y destilan licor del alambique de bronce rojo, y
en la máquina de cilindro están moliendo chocolate con el cacao y el azúcar,
y en las bandejas calientes están los dulceros de gorro blanco haciendo
caramelos y yemas: todo lo de comer se ve en la Galería, una montaña de
azúcar, un árbol de ciruelas pasas, una columna de jamones: y en la sala de
vinos, un tonel donde cabrían quince convidados a la mesa, y un mapa de relieve,
que todos quieren ver a un tiempo, donde está todo el arte del vino, -la cepa
con los racimos, los hombres cogiendo en cestos la uva en el mes de la vendimia,
la artesa donde fermenta la vid machucada, la cueva fría donde ponen el mosto a
reposar, y luego el vino puro, como topacio deshecho, y la botella de donde
salta con su espuma olorosa la champaña. Cerca está la historia entera
del cultivo del campo, en modelos de realce, y en cuadros y libros; y un
pabellón de arados de acero relucientes; y una colmena de abejas de miel, junto
al moral de hoja velluda en que se cría el gusano de seda; y los semilleros de
peces, que nacen de los huevos presos en cajones de agua, y luego salen a crecer
a miles por la mar y los ríos. -Los más admirados son los que viene de ver las
cuarenta y tres Habitaciones del Hombre. La vida del hombre está allí desde
que apareció por primera vez en la tierra, peleando con el oso y el rengífero,
para abrigarse de la helada terrible con la piel, acurrucado en su
cueva.
Así nacen los pueblos hoy mismo. El salvaje
imita las grutas de los bosques o los agujeros de la roca: luego ve el mundo
hermoso, y siente con el cariño deseo de regalar, y se mira el cuerpo en el
agua del río, y va imitando en la madera y la piedra de sus casas todo lo que
le parece hermosura, su cuerpo de hombre, los pájaros, una flor, el tronco y la
copa de los árboles. Y cada pueblo crece imitando lo que ve a su alrededor,
haciendo sus casas como las hacen sus vecinos, enseñándose en sus casas como
es, si de clima frío o de tierra caliente, si pacífico o amigo de pelear, si
artístico y natural, o vano y ostentoso. Allí están las chozas de piedra
bruta, y luego pulida de los primeros hombres: la ciudad lacustre del tiempo en
que levantaban las casas en el lago sobre pilares, para que no las atacasen las
fieras; las casas altas, cuadradas y ligeras, de mirador corrido, de los pueblos
del sol que eran antes las grandes naciones, el Egipto sabio, la Fenicia
comerciante, la Asiria guerreadora. La casa del Indostán es alta como ellas. La
de Persia es ya un castillo, de rica loza azul, porque allí saltan del suelo
las piedras preciosas, y las flores y las aves con de mucho color. Parece una
familia de casas las de los hebreos, los griegos y los romanos, todas de piedra,
y bajas, con tejado o azotea; y se ve, por lo semejantes, que eran del país la
casa etrusca y la bizantina. Por el norte de Europa vivían entonces los hunos bárbaros
como allí se ve, en su tienda de andar; y el germano y el galo en sus primeras
casas de madera, con el techo de paja. Y cuando con las guerras se juntaron los
pueblos, tuvo Rusia esa casa de adornos y colorines, como la casa hindú, y los
bárbaros pusieron en sus caserones la piedra labrada y graciosa de los
italianos y los griegos. Luego, al fin de la edad que medió entre aquella pelea
y el descubrimiento de América, volvieron los gustos de antes, de Grecia y de
Roma, en lasas graciosas y ricas del Renacimiento. En América vivían los
indios en palacios de piedra con adornos de oro, como ese de los aztecas de México,
y ese de los incas del Perú. Al moro de África se le ve, por su casa de piedra
bordada, que conoció a los hebreos, y vivió en bosques de palmeras, defendiéndose
de sus enemigos desde la torre, viendo en el jardín a la gacela entre las
rosas, y en la arena de la orilla los caprichos de espuma de la mar. El negro
del Sudán, con su casa blanca de techo rodeado de campanillas, parece moro. El
chino ligero, que vive de pescado y arroz, hace su casa de tabla y de bambú. El
japonés vive tallando el el marfil, en sus casas de estera y tabloncillo. Allí
se ve donde habitan ahora los pueblos salvajes, el esquimal en su casa redonda
de hielo, en su tienda de pieles pintada el indio norteamericano: pintada de
animales raros y hombres de cara redonda, como los que pintan los niños.
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