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 última actualización: 
 Diciembre 2005

NIEBLA

fernando ramos fernández.
15-XII-1999

Un desierto se extiende alrededor del vehículo, el lento crepúsculo ha empezado a aumentar los reflejos rojizos de la llanura. El explorador, al volante del vehículo contacta con la nao... en la pantalla líquida aparece la ruta que le llevará hasta lo que parece un enclave no natural, el explorador está buscando vida inteligente.

El vehículo comienza a moverse sigilosamente, sin esfuerzo, con dirección sur, sus blandas suspensiones absorben los pocos baches de la llanura, el crepúsculo avanza lentamente, el desierto despide a la estrella con los matices rojizos de la arcilla enardecidos por los últimos rayos de luz de la estrella.

Tras recorrer unos cinco kilómetros, lo que le llevó prácticamente veinte minutos, el explorador observa en los indicadores del panel, un aumento de la humedad ambiente y un incremento anormal en la temperatura del suelo... que se va encharcando a medida que prosigue su ruta. Un momento más tarde, el explorador se ve obligado a conectar el foco luminoso del vehículo, para penetrar en la neblina que se forma, los charcos aumentan su tamaño, se forma fango y las ruedas cada vez consumen más energía por metro recorrido.

El vehículo se detiene, ha sorteado varios árboles enanos esqueléticos, pero no puede avanzar más allá, por la profusión de ese tipo de árboles. El explorador se baja, coge su equipo y con linterna en mano sigue a pie la ruta trazada. Sus botas se hunden en el fango haciendo lenta y extenuante su caminata, para evitar posibles arenas movedizas, va pisando cerca de las raíces de los enanos árboles, de grueso y nudoso tronco, ramas desnudas dirigidas hacia el cielo, pero ni así consiguen superar los tres metros de altura.

Todavía hay claridad en el páramo aquel, cuando la neblina y el suelo cenagoso queda atrás, el explorador apaga su linterna. Ante él se extiende una especie de montículo formado como a pedazos geométricos posteriormente suavizados sus contornos, sólo una entrada en la basta pared que él pueda abarcar, parece un principio de fortificación venida a menos y bastante descuidada, aquí y allá cúmulos de barro desprendidos. El explorador entra, parece la calle principal, si es que aquello fuera un poblado, mientras camina entre aquellas paredes, no más altas que el más alto de los árboles que había visto anteriormente, observa angostos callejones sin un criterio claro en su configuración. Todas las paredes están horadadas haciendo de vanos a las vacías estancias interiores, no hay distinción de materiales, todo es un continuo, sin cortes, todo enlaza con suavidad... pero no hay nadie.

Llega a la otra entrada del poblado, al salir, en un banco de barro adosado al paramento exterior, el explorador ve una figura sentada. Se acerca curioso pero alerta.
- Mis más cordiales saludos, venerable ancciano.
El anciano vuelve el rostro hacia el explorador, guiado por el sonido de sus palabras, los diminutos ojos no ven, su atuendo lo compone un simple sayo de color gris, toscamente confeccionado, guardando sus brazos en el interior del mismo.
- Mil perdones, joven, por no haber salidoo a recibiros, pero no tenía noticias de vuestra llegada y mis cansados y desgastados huesos... pero, ¡qué atardecer tan magnífico! - Su cara se arruga desagradablemente al esbozar sus labios una sonrisa, a la que faltan algunos dientes, y los que le quedan son del color de la tierra.
- Completamente de acuerdo con usted, señoor...
- Etoos, me llamo Etoos, no recuerdo qué ssignifica, pero es una muy antigua palabra, gracias a las estrellas que yo no soy tan viejo.
- Etoos, ruego me disculpe, pero...¿Dónde se encuentra el resto de la gente? ¿o acaso es usted el único habitante que queda en estos lares? Porque no he visto nada ni nadie aquí.

El anciano Etoos se ensimisma unos instantes como contrariado, hundiendo su menuda cabeza en el sayo. Acto seguido se yergue y, mirando sin ver hacia el lado contrario a donde está sentado el explorador, le dice:
- ¡Qué torpeza la mía!
- Estoy aquí Etoos.
- Sí, bueno - y vuelve su cabeza, sus ojoss no le enfocan,- si es cierto que no has visto nada, es que los moradores de esta tierra no necesitan nada de lo que tú has necesitado.
- Vale, no sé, pero es que tampoco he vistto a nadie.- replica el explorador confundido.
- Ah, querido amigo, eso es porque no se mmuestran a cualquiera.- Mientras asoma un rictus malicioso y desvía el rostro para que el explorador no pueda verlo.- Pero no te preocupes, dentro de poco se acercará alguien más a saludarte, y seguro que su contemplación te agradará más que mi esquiva conversación.
- ¿Esquiva? - Pero el anciano se calla, ell explorador se encoge de hombros y escudriña el horizonte allí hasta donde le permite llegar la barrera de niebla.

Por el rabillo del ojo, el explorador advierte movimiento, y alerta se vuelve rápidamente. Una joven de pálida faz, de cabellos azabache, camina levemente envuelta en telas muy livianas y ocres hacia ellos. Ella lo mira en silencio, examina su extraño uniforme, lo vuelve a mirar, a los ojos, con tal fijeza, que el explorador no es capaz de mantener su mirada y la desvía turbado.
- Mis más cordiales saludos, mujer.- Dice el explorador con voz insegura. Al mismo tiempo ella mira al anciano y como si éste despertara por no se sabe qué razón, en un movimiento fugaz como la luz, muestra en su mano huesuda un amenazante daga de serpentina hoja, su resplandor sobreavisa al explorador del peligro que corre, pero en ese instante ya piensa que va a...
- ¡¡No, Etoos, no, detente!!- para la joveen al viejo.- Este hombre no pertenece a esta tierra, es extranjero, extraño a nuestras leyes.
El explorador no acierta a comprender, no encuentra palabras ni pensamientos ante tanta confusión. La hermosa muchacha sigue hablando:
- Mi fiel Etoos, este hombre ha cometido uuna terrible equivocación, pero me siento magnánima, así pues, no le arrebates su vida, déjale que viva.
- ¿Qué, qué sitio es éste!?
- Ah, joven amigo,- dice el anciano guardaando el instrumento mortal junto con el brazo que lo empuña- no te será revelado nada más de estas tierras, se te ha perdonado la vida ante la llegada de la muerte. Considérate afortunado y marcha por donde has llegado.- El explorador, todavía aturdido, se levanta.- Por cierto, ahora que recuerdo, Etoos significa De la Aurora. Adiós extranjero, ve tranquilo.

El explorador atraviesa de nuevo la ciudad, a la que ahora ve con terror como un cementerio. ¿Por qué extraña casualidad eligió el computador central de la nao aquel lugar para iniciar las pesquisas sobre aquella tierra? Se pregunta mientras avanza con la cabeza gacha, y, mientras, no se percata de lo que sucede a su alrededor. Comienzan a dibujarse en el aire, vaporosamente, siluetas de gente en las casa, en la calle, sentadas, charlando en silencio, alrededor suyo, en la ciudad de los espíritus, el crepúsculo finaliza y la oscuridad incipiente resalta aquellas formas etéreas.

Camina entre los árboles sin hojas, de nuevo, chapoteando en el fango, en dirección al vehículo que había dejado atrás. Lleva un rato andando penosamente, la luz de la linterna baila de un sitio a otro intentando penetrar la espesa niebla; justo tras él, se mueve una figura.
- ¡¡Ah!!- grita el explorador asustado, trropieza en una raíz, y cae de espaldas al descubrir a la figura que sigilosamente se había ido formando tras él. Ésta se presta a ayudarle a incorporarse.
- Siento haberte asustado- dice la figura-- soy tu espíritu.
El explorador vuelve a caer, aturdido ante semejante revelación. Su espíritu espera en silencio a que su cuerpo se reponga.
- ¿Y cómo es que...? ¿Cómo es posible? ¿Quué haces...?- pregunta el explorador con las piernas a punto de fallarle de nuevo.
- ¿Que cómo estoy aquí? Yo también me encuuentro sorprendido, nunca imaginé que esto pudiera acontecer. No sé bien qué es lo que ha desencadenado este hecho insólito, de lo que ambos hemos oído, deduzco que la muchacha que hemos visto es la Muerte en este lugar, y su instrumento, el Anciano Etoos, que creo me miraba a mí en vez de a ti, porque sentí que me taladraba su, para ti, inocua mirada. Así, creo que este encuentro ha provocado este desenlace extraordinario...

Reemprenden el camino de vuelta en compañía el cuerpo de su espíritu, pero a medida que el bosque desnudo y la niebla se despejan, el espíritu pierde fuerza y continuamente ruega al explorador que se detenga para recuperar el aliento. Tan mal llega a encontrarse el espíritu del explorador, que al llegar al vehículo, la niebla más ligera, el alma se para y le dice:
- Cuerpo mío, sigue tu camino desde aquí, yo no puedo arrastrarme más allá. Vuelve pronto a reunirte conmigo.- El alma se sienta un rato. El explorador no sabe qué hacer, ni lo que ocurrirá si deja a su espíritu en aquella tierra. Pero el alma se pone de pie y encamina sus cansados pasos hacia la ciudad.
- Adiós - se oye decir desde un punto indeefinido en el interior de la niebla.

El explorador, se acomoda en el asiento de su vehículo de reconocimiento y parte hacia el punto de retorno; sin embargo, algo se va operando en él, una extraña metamorfosis le acomete a medida que se aleja de aquel lugar: su pensamiento se vuelve bronco, inconsciente, su rostro se endurece, el ceño queda fruncido, la mirada tórnase dura y torva... Pierde la savia de su esencia y termina pudriéndose.
- Responde, Zorkja.- Suena una voz metálicca en la radio del vehículo.
- Responde.- Vuelve a pedir la voz.
- Responde.
- Responde.