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 última actualización: 
 Diciembre 2005

OPACIDAD Y LUZ

fernando ramos fernández
20-IX-1996

 Las ventanas de la amplia habitación fueron tornándose más claras, como cada mañana a las ocho. La luz del Sol comenzó lentamente a inundar el lecho de la pareja. Ella abrió los ojos, sentía el calor de su pareja en la espalda. Por la ventana, una leve neblina enturbiaba la esbelta figura del rascacielos de enfrente, vivían en un trigésimo octavo piso, nada más se divisaba en el cielo.

Se desprendió de las sábanas y del abrazo de su dormido amor, y, desnuda como estaba, fue a echar un vistazo a la megaurbe que se extendía en el horizonte salpicada allí y acá por flechas de acero y cristal que apuntaban al Sol. Las nubes bajas le daban a la ciudad un aspecto fantasmal, el Sol se vislumbraba como un círculo por la niebla. Tocó el cristal, frío.

Ella se había quedado como el cristal, esa noche, después de hacer el amor. Había estado mal, pero él no se había percatado y había seguido encima de ella impetuosamente hasta que terminó, pero ella no había sentido nada, no le había apetecido, por primera vez en mucho tiempo se había sentido sucia.

En su cabeza estaban empezando a aflorar un montón de ideas y dudas, cuestiones que creía haber contestado con anterioridad volvieron a asaltarla. Todo se terminaba.

Se separó del cristal, él seguía en la cama, ahora totalmente estirado ocupando todo el lecho... ella lo veía como si para él no le importara que ella estuviese o no en su vida. Sólo sintió su sexo como única razón de su existencia. Se fue al servicio y preparó la ducha, el termostato en 43 grados. El agua se cerró en menos de un minuto, era un bien escaso, el mundo se estaba haciendo demasiado pequeño para tanta gente. El secador integral se activó automáticamente. Ella no quería pensar, la apatía inundaba su alma.

Eligió el mono gris con capucha, y, tapándose la melena, salió del apartamento. La puerta se cerró suavemente a su espalda y el silencio la envolvió, y con él, la soledad. Al llegar al bajo, divisó la calle, no entraba ningún ruido del exterior, pero el movimiento de las masas y la ingente cantidad de vehículos parados y rodando aclaraban los buenos aislantes conseguidos por la tecnología. Percibió cómo levemente se inflaban las gomas de las suelas de su mono para salir a la calle.

Ella se quedó parada dudando, la calle no era el sitio idóneo para pensar serenamente... le entró miedo. La luz de las pantallas inundaba el vestíbulo, ni una planta que descontrajera el blanco suelo y las paredes cubiertas con grandes superficies de espejo intentaban prepararla para un contacto ficticio con la gente.

¿Es que la gente no se daba cuenta del fracaso? Se encontró de repente vacía, el estómago se revolvió y el corazón empezó a encontrar dosis fuertes de adrenalina. Se encaminó hacia el portal, y las puertas automáticamente se desplazaron dejando que el sonido del mundo se introdujera ferozmente en su cerebro.

El torrente humano la empujó y ella se dejó arrastrar, no era tan temprano para el mundo, en realidad el movimiento nunca cesaba. Una patrulla de control pasó veloz entre los coches, algún loco estaría haciendo de las suyas. Se fijó en los rostros de la gente, casi todos llevaban el mismo tipo de monos, de diferentes tonos, sí, pero iguales en el fondo. Sólo en algunos callejones se adivinaban los vagabundos con ropas de corte antiguo, de telas naturales. Los niños iban con sus juegos de bolsillo individuales, para no tener contacto con indeseables, pero al final, el mundo tiene que reunirse, pero toda la emoción había desaparecido, los niños daban paso al fenómeno social del momento, la escapada para tener el primer encuentro sexual, que organizaban pandillas de los barrios marginales, perseguidos por las patrullas de control y condenados por la hipócrita sociedad, en la que ninguna persona se salvaba del contacto con esa gente en los primeros años de adolescencia.

Estaba cansada, entró en una cafetería automática y pidió el "Especial Ligero": café solo, rebanada de pan integral con mermelada de algas y tres cigarrillos cortesía de la compañía. La gente entraba y salía, con prisa, hablaban poco. Las mesas, antes de cuatro personas, habían sido sustituidas por mesas de dos, para ahorrar más sitio y ganar más dinero. La economía antes que nada, aunque destroce las relaciones humanas.

La atmósfera del local estaba saturando los respiraderos, el aire se estaba volviendo enrarecido. Ella salió a la calle, tras prestar poca atención a las noticias que daban por el circuito intracity en las pantallas de cada mesita.

No se ve el Sol, los árboles desaparecieron hace tiempo, los animales de compañía fueron huyendo a lo largo de los años, huyendo de la gente, aunque muchos no encontraron salida, deteriorados sus sentidos, fueron condenados a vivir de la mierda y a morir en ella, por ella o abatidos por los vagabundos en la noche, cazados para comer.

No sabía dónde ir, no sabía qué iba a hacer con su vida, ni tampoco qué buscaba. Decidió volver a su edificio. La gente pasaba por su lado sin prestarle atención, ella miraba al suelo abatida. Sin darse cuenta, el tumulto de gente fue disminuyendo, ella empezó a llamar la atención de grupos de muchachos sentados en los coches y en los bordillos. Estaba entrando en zona clasificada como descontrolada.

Un tanto asustada, entró en un garito de alterne, las mesas eran espaciosas, mejor dicho, los asientos, los pocos que se veían, ya que la mayoría estaban con las cortinas corridas; los gemidos denotaban por qué. Los ventiladores no existían allí, el olor, aunque fuerte y desagradable al principio, traía recuerdos cálidos que hacían desear el contacto físico...

Despertó de madrugada, confusa, tumbada en uno de esos asientos, tenía el mono rasgado y desabrochado, no recordaba bien qué es lo que había sucedido, tan sólo un joven semidesnudo sirviéndole una copa. La cortina de la mesa estaba echada, algunos gemidos todavía se escuchaban unas cuantas mesas más allá. Debía estar asustada, pero algo la hacía sonreír maliciosamente, había olvidado por unos momentos todas sus dudas. Se levantó, el mono desabrochado dejaba al descubierto sus senos, fue a la barra y pidió la cuenta, arreglándose el maltrecho mono, salió del lugar.

Si las personas durante el día eran calladas y reservadas, durante la noche lo eran más y sobre todo suspicaces, había que tener más cuidado con ellos, por cualquier motivo podían meterla en problemas. Andaba entre los transeúntes, casi a ciegas, pues había farolas rotas que no habían sido repuestas, los letreros de neón avisaban sobre todo lo vendible y lo prohibido. Los coches seguían pitándose unos a otros, prorrumpiendo en broncas sonadas que muchas veces requerían la presencia de patrullas de control. Era el horario de los repartos, furgonetas y vehículos pesados se ponían en marcha.

Todo seguía moviéndose, ella estaba cansada, se paró y se sentó en el capó de un coche aparcado, tan pronto se apoyó en él, éste comenzó a sonar con una alarma tan estruendosa que ella saltó de allí y salió corriendo entre asustada y llorosa, corrió entre la multitud entre empujones y codazos, hasta que tropezó y cayó al suelo, se sentó y empezó a llorar desconsoladamente. Nadie se paró, la gente veía su maltrecho mono y pasaba deprisa, a veces prorrumpiendo en juramentos de lo más soez y grosero que ella escuchara nunca.

Secándose las lágrimas y tragando saliva se incorporó, la empujaron y volvió a caer al perder el equilibrio. Se levantó más resuelta y furiosa con el mundo insensible que le daba la espalda a toda persona necesitada de compasión.

Entró en un alquiler de motos, cogió una de gran cilindrada, de color granate con franjas de color oscuro. Subió por la rampa del garaje, firmó los papeles y salió al tráfico salvaje. Condujo entre el caos, pasado un largo rato, consiguió llegar a una rampa de acceso a la vía ultra-rápida, un viaducto de tres alturas por encima de un costado de las calles, cogió los 300 por hora en una aceleración impresionante y fue camino del océano, buscando el relajante sonido de las olas bajo la Luna.

El estómago empezó a quejarse, llevaba casi todo un día sin probar bocado sólido, entró en un área de servicio, tuvo que dar un frenazo por culpa de un vehículo pesado que no la vio y casi se le echa encima cuando ella le estaba adelantando.

Entró en el comedor, pidió el menú nocturno completo, que apareció al momento en el compartimento de la mesa para la comida. Se tomó su tiempo, en una mesa veía con ojos cariñosos cómo una pareja se decía cosas al oído, echaban risas de complicidad, mientras tomaban su cena. Al final, de postre, se dieron un apasionado beso que casi termina en acto allí mismo, pero el equipo de servicio de su mesa prorrumpió en una voz de atención que les cortó rápidamente.

Ella pensaba; no empezó el segundo plato, se había quedado abstraída mientras contemplaba a la pareja. Un hombre entró, alto, moreno, con un mono azul oscuro, echó un vistazo por la sala y la vio sola. Se dirigió hacia ella:

- ¿La moto de ahí fuera es tuya? - Sí.

El hombre se sienta enfrente de ella, en la misma mesa, pide el menú "suculento" en la pantalla del equipo, era el conductor que estuvo a punto de tirarla a la cuneta. Empezó a disculparse, y ella se levantó sin decir nada y se marchó; el hombre se quedó perplejo al principio, pero enseguida sonríe mientras ella abría la puerta. Montó en su moto y se escabulló en la noche sin más adiós que un piloto rojo en el guardabarros trasero. El hombre terminó lo que ella dejó en el plato.

El Sol comenzó a despuntar a su izquierda, la ciudad costera empezó a perfilarse, a fuerza de luces de farolas, focos y ventanas transparentadas, unos 50 km antes de llegar al océano, otra mega polis. La vía ultrarrápida se sumergió bajo tierra, desembocó después de una gran curva en una vía de velocidad restringida paralela a las playas, los altos edificios haciendo de artificial acantilado. Ella tomó una vía secundaria para estacionar. Dejó la moto y bajó unas escaleras en la misma roca. Pisó la mullida arena, la ansiada meta a sus penas. El sonido del mar la reconfortaba, el agua seguía siendo azul, el verdadero pulmón del planeta, un planeta condenado desde la aparición del hombre.

La playa, desierta, nadie tenía tiempo que perder, nadie excepto ella. Se desnudó, presa de una felicidad imparable, allí mismo, dejando el mono tirado. Se metió en el agua. Estaba muy fría, chapoteó como si fuera una niña pequeña en su primer baño.

Un vehículo de control se paró al lado de la moto, bajaron dos hombres uniformados, hablaron unos instantes con alguien que la había observado desde la acera, que les señaló dónde estaba ella, había infringido normas especiales de moral y convivencia; ella los vio acercarse por la arena y salió del agua deprisa, se puso el mono al tiempo que llegaban a su lado y la conducían al interior del vehículo, cogieron también la moto y la metieron dentro.

Se alejaron de la playa, ella lo veía por la ventanilla que empezó a tintarse, a opacarse al pulsar uno de ellos el botón.

* * *

Se despertó muy tarde, solo en la cama, su novia se había marchado. El Sol empezaba a reflejarse en los cristales del rascacielos de enfrente e hiriéndole los ojos. Pulsó molesto el botón de opaco de los cristales, situado en la cabecera de la cama. Una tenue luz azul apareció en las pantallas luminosas del cuarto, se levantó de la cama, tenía ganas de ella, esa noche no pudo contenerse, se sentía atraído y deseoso, a pesar de que ella no estuviera con ganas. Lo sentía.

Se hizo el desayuno, almuerzo casi. Su jornada no comenzaba hasta las dos de la tarde. Se duchó y vistió un mono de color crema oscuro de cabeza descubierta, quería dar una vuelta por la ciudad antes del trabajo, a lo mejor la encontraba en alguna plaza o comercio. Bajó en el rápido ascensor hasta el garaje número cuatro del edificio. Era impresionante ver los cimientos del edificio, pilares anchos de material antivibraciones. Se montó en su moto, una potencia increíble para una máquina de dos ruedas, se puso el casco con visera de pantalla líquida digital, lo programó en función de búsqueda con el código de su novia. Todos los datos de la moto y los diferentes programas se veían en la visera superpuestos a la visión normal.

Subió la rampa de salida, que desembocaba en una vía secundaria, sin pasar la acera, pasó a gran velocidad a la principal, sorteando los vehículos. Paró en una expendedora de tabaco, compró dos cajetillas, se las guardó en la guantera central de la moto. Fue hacia las afueras, pasó rápido por una zona descontrolada y entró en uno de los barrios periféricos más grandes de la urbe, aparcó enfrente de una taberna que solía frecuentar. Entró, la luz mortecina no alumbraba casi nada, no había ventanas, era un antro, un tugurio, pero conocía al camarero, uno de los pocos sitios en los que había trato humano aunque algo degenerado, pero no había venido a hablar, quería el "especial de la casa", la fórmula de la antigua cerveza, y algún porro que otro para ir al trabajo bien.

En los asientos, parejas enlazadas en pasión y deseo dejaban sus manos explorar al otro. Se acercaba la hora de marchar, pagó con su DIC, documento de identidad y crédito, de curso internacional y salió después de despedirse de algunos amigos. Montó en la moto y salió disparado por donde había venido, torció en un nudo de comunicaciones a la izquierda, hacia el oeste. El complejo industrial empezó a perfilarse a medida que se acercaban los difusos límites de la civilización, se tardaba una hora y media por la vía rápida desde la taberna de su amigo hasta la planta industrial.

Él se encargaba de renovar los programas informáticos, y de reparar los estropeados, que permitían el correcto funcionamiento de la maquinaria. Era uno de los pocos que habían decidido cursar estudios superiores, la mayoría acudía a cursos-taller donde les mostraban la máquina que estaba destinada a ellos, por decirlo de algún modo, les encadenaban a las máquinas... no se requería su presencia continua pero la gente no sabía qué hacer, adictos al trabajo y al sexo.

Terminó su turno, las nueve de la noche. Es Sol se ocultaba tras el edificio de oficinas de la nave. Salió de allí, en su moto. Ni había conseguido localizarla , aun habiendo dejado el programa encendido en "búsqueda ampliada", llevaba rastreados unos treinta kilómetros, pero era lógico, tenía que crear un programa más rápido. Lo desconectó, no era cuestión de malgastar la batería.

Se estaba acercando lenta pero inexorablemente al límite de velocidad, 350, al llegar a casa le gustaría que ella estuviese allí, quería hablarle, él la respetaba, sentía profunda admiración por su forma de ser, era muy sensible y él se había comportado como un animal.

Una alarma azuzó atronadoramente sus oídos, estaba invadiendo el carril por completo, y no se había dado cuenta de que un vehículo intentaba ultrapasarlo, y no podía hacerlo por ninguno de los otros carriles. Se echó a un lado, se metió entre dos vehículos pesados, que casi le aplastan.

Los edificios iban cobrando altura, disminuyendo su velocidad salió a una vía secundaria, el tráfico se volvió denso y sofocante. Ahora tenía que dominar sus prisas, era hora de la paciencia. Los coches utilizaban sus alarmas externas para meter prisa a los peatones.

Llegó a su edificio. Dejó la moto en su plaza de garaje y subió al apartamento, ella no había regresado. Nunca antes había estado tanto tiempo fuera de casa, se empezó a preocupar. Entró en la cocina y conectó el computador central, una pantallita líquida se iluminó en la pared de azulejos blancos. Conectó el programa de búsqueda insertando el código de ella y el suyo propio. Se preparó un refresco y se echó en el sofá corrido de la sala de estar. El apartamento tenía dos habitaciones, la sala de estar, la cocina y el aseo. No hacía falta más, y no era pequeño, además, entraban grandes cantidades de luz por las ventanas cuando estaban en modo transparente que hacían que pareciera más amplia.

Una llamada por el fon. Era la patrulla de control, había detectado su programa, los datos que aparecían correspondían con los de una mujer arrestada en EC-207-W, en la playa, alterando la integridad moral de los viandantes. Se le requería en la central de dicha ciudad para firmar unos papeles como corresponsable sobre su pareja, y llevarla de vuelta. Cogió rápidamente su vehículo ligero y se dirigió a toda pastilla, haciendo sonar su alarma externa más que nunca. Qué habría ocurrido, por qué le llamaba la central de control,... Encendió la radio del auto, seleccionó música, quería centrarse en la vía, rozando los 375 por hora, menos mal que no encontró ninguna patrulla, no se encontraban normalmente por las vías interurbanas, y su coche no tardaría en dar muestras de fatiga. Era la una de la madrugada, el universo estaba oculto tras las nubes, mañana llovería, había declarado el Instituto Meteorológico por la radio, llegó al edificio de control.

Firmó los papeles de recogida, y se la llevó de allí. Ella no dijo nada, y llegaron al auto. Ya sentados él la atrajo hacia sí y como si de una muñeca del más frágil cristal, la besó dulcemente en la frente pálida...

- lo siento
- yo también

La Luna apareció redonda y enrojecida en el horizonte cercano.