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En su silencio, comienza a introducirse una molesta vibración, algo se acerca, el murmullo de baja frecuencia del rotor de un helicóptero. Ella está sentada sobre la arena, la playa desierta, acariciada por la brisa del mar, sus largos cabellos moviéndose caprichosos en el aire, cabizbaja, sus ojos perdidos en el infinito, atravesando la arena, su respiración tranquila, de vez en cuando, la brisa perla su rostro con la espuma de alguna ola que reúne el valor suficiente para romper su silencio contra la orilla, exigiendo la merecida contemplación del espectáculo del horizonte azul dibujando dos espacios, como espejos, uno de ellos diáfano, casi imperturbable en su quietud, el otro arrojando centellas, como nerviosos ante el otro. Los ojos de la muchacha lloran con calma, algunas lágrimas surcan sus blancos pómulos con timidez, con temor a ser llevadas por la brisa antes de tiempo, antes de plasmar su existencia efímera, su tristeza. Por su derecha se acerca raudo el helicóptero, irritando el viento, obligado a empujar semejante máquina. El helicóptero cruza la escena a baja altura, instaurando su mal disimulado silencio. Ella con las piernas cruzadas, una mano jugando con la arena, distribuyendo distraídamente granos tan longevos como la Tierra, sin preocuparse de si los inoportuna o no, aunque la brisa también obra de esa manera, pero eso no viene a cuento, la Naturaleza tiene establecidas sus propias leyes. Su ropa negra, amplia, acompaña rítmicamente las breves furias del aire, al igual que sus cabellos. Está descalza, los pies semicubiertos por la arena, a la que también le gusta divertirse con lo que encuentra, formando suaves dunas entre el empeine y la planta, de una blancura casi láctea, de una perfección tal, que roza la comparación con una escultura en mármol. Grandes maestros que jamás necesitaron manejar herramientas tan toscas y horribles como el cincel o el martillo... El silencioso helicóptero pasó de largo, adentrándose en los dominios del libro de matices infinitos de azul color. Llegado a cierto punto, hizo una maniobra, giró como si algo se le hubiese olvidado, y volvió revolucionando las aspas, con el morro enfilado hacia el bulto negro que aparecía desentonando con el fondo arenoso de la playa. Su respiración salta, sorprendida, se agita, bombeando aire con fuerza, al igual que su corazón, que late más deprisa. Sus lágrimas escapan en el viento rápidamente, eleva su mirada, la tristeza tranquila deja paso asustada a la rabia desatada ante semejante amenaza, sus pupilas negras, sobre iris tan azul como el mar, se clavan en la silueta del helicóptero, el viento sopla, irritando sus ojos, obligándola a entornar los párpados. El ceño fruncido, furia en su semblante, las manos comienzan a dibujar venas, crispado el torrente sanguíneo. La vibración del aire sacude su cuerpo, levemente, sí, pero con insistencia. El helicóptero se para en el aire, levantando torbellinos de espuma sobre la superficie del agua. Un momento de reconocimiento, suficiente. Ella dirige su vista hacia el interior de la cabina, atravesando las lunas impenetrables, atravesando las pupilas negras del piloto, que pierde el conocimiento ante los gritos de angustia de su copiloto, que, no pudiendo hacer nada, sólo le queda pulsar el eyector de la cabina, dando por perdido al aparato. Se quiebran las aspas del aparato en su caída, girando sobre su eje, hasta que el mar lo engulle. La cabina queda suspendida un momento en el aire, sus propulsores se encienden con una ligera explosión de luz, y su inminente caída queda relegada por el empuje potente de sus cohetes. En una fracción de segundo, el copiloto comete el mismo error que su compañero, cruza su mirada con la de la muchacha, lo último que ve antes de perder el conocimiento es cómo el aire se desvirtúa ante la presencia de algo invisible que crece vertiginosamente desde la muchacha hasta atravesarle las pupilas. La cabina traza una curva en el aire, como si de un tiralíneas cargado de tinta blanca se tratara, rasgando el cielo, precipitándose a toda velocidad. La muchacha sigue su descenso fulgurante, la estela que despiden sus propulsores, miró, dándose la vuelta, dejando el mar a un lado, hasta que una explosión tras unas dunas a cierta distancia atestiguó el fin. Entonces, su mirada reparó en la silueta de la ciudad al fondo, tras el río, envuelta en llamas, arrasada... sus ropas chamuscadas y desgarradas la recordaron quién era responsable de aquella destrucción. Su rabia, dejó paso a una mueca de sus labios rojos, una especie de sonrisa cruel, un hilillo de sangre brotó de una herida en su labio inferior, recorriendo trágicamente su barbilla, demostrando la bestia que encerraba su bella figura... Se volvió a sentar, vuelta hacia el océano, olvidando lo que acababa de ocurrir, y quedó otra vez arropada por el murmullo del mar, tranquila, triste, aunque no recordaba el por qué. El mar ante ella sólo aspiraba a no molestarla, ella, sin saber que su sensibilidad aumentaba por momentos, que la tranquilidad que la apaciguaba pronto se volvería un ensordecedor ruido, y desataría a la bestia, con consecuencias increíbles, inimaginables...
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