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"Tengo sed. Dame agua". Dijo el joven sin dirigirse a nadie. Nada ni nadie había a su alrededor, salvo la luz de las lejanas estrellas sembradas en la fértil bóveda del firmamento. "Dame agua" repitió impertinente el muchacho a su inerte auditorio. Bajo su silueta, la oscura acuarela del espacio comenzó a derretirse, diluyéndose con rapidez turbadora. Sintió cómo su estómago se movía repentinamente. Su cuerpo permanecía quieto, sin embargo, la sensación de precipitarse en el abismo era muy fuerte. Su piel seca, un instante después, mojada. El terror se apoderó de su rostro. Intentó gritar. Sólo un reguero de burbujas salía de su boca. Estaba cabeza abajo, pues el agua se le metía por las narices apretándole el cerebro. Se dio la vuelta, miró hacia arriba. Nada, oscuridad. ¿Estaría la superficie muy lejos? "Enciende la luz". Nada. "Quiero luz". Volvió a insistir vehemente el muchacho. La claridad se hizo. El chico buceó hacia la superficie con renovadas esperanzas, pero empezaba a quedarse sin aire, y la superficie quedaba aún lejos. Las fuerzas le estaban abandonando, sus pulmones, los sentía a punto de reventar, el diafragma tirando hacia abajo, intentando exhalar el último aliento. "Aire. Aire". Súbitamente el agua se apartó de él, su piel y cabellos se secaron, sus pulmones se relajaron. Se encontró encogido, dentro de una especie de burbuja, pues su forma era la de un cubo. A su alrededor el agua continuaba allí, tan azul, tan vasta. Por encima de su cabeza, la claridad, desdibujándose, dividiéndose y reuniéndose infinidad de veces, de forma caprichosa. El cubo se movía, meciéndose con suavidad en el seno de aquella inmensa cantidad de nada, excepto agua. Estaba absolutamente desconcertado, desorientado. No alcanzaba a entender aquello que le venía sucediendo, tampoco es que lo intentara. Puede que su cometido en esas circunstancias tan extrañas no fuera otro que estar, o acaso resultara que estaba siendo... De cualquier modo, lo mejor que podía hacer era eso, no intentar comprender, dejarse llevar. Se miró. Primero reparó en sus manos, sus dedos, los movió uno a uno. Luego a la vez los de una, luego los de la otra mano. Giró las muñecas, movió sus brazos regordetes. Miró su torso, su fofa tripa. Sus piernas cruzadas, con profundos pliegues allá donde las carnes trataban de amoldarse mal que bien a su lechosa epidermis. Podría haber llegado a la conclusión de que algo no encajaba, su cuerpo y su figura no parecían salir del mismo molde. Pero él no notó nada extraño. "Me aburro". Entonces una sombra se fue haciendo más y más grande, avanzando con lentitud hacia la burbuja. El joven se puso en pie de un salto y se apretó asustado contra la pared. El bicho se paseó entorno al cubo, rozándolo con sus poderosas aletas, escrutando el interior con uno de sus enormes ojos. Allá, un poco más lejos, un banco de peces entonaba una sinfonía de reflejos plateados, que terminó por atraer la atención del magnífico cetáceo. "Quiero salir de aquí". Dijo el muchacho irritado, cerrando los puños y golpeando la pared de agua. "¡Quiero salir de aquí!" Sus ojos cerrados con fuerza, a punto de derramar lágrimas, no advirtieron cómo la burbuja chocaba con la arena, a la vez que el techo del cubo se deshacía, dejando entrar una brisa fresca, los rayos directos del sol y... agua. El agua volvió a rodearle, pero esta vez, hacía pie y sólo le llegaba hasta el ombligo. De pronto el agua empezó a retirarse, intentando arrastrar al muchacho. Éste echó un vistazo alrededor, el agua bajaba rápidamente. Echó a correr torpemente, medio saltando sobre el agua, con el corazón en la garganta. Una ola impresionante se cernía amenazadora sobre el muchacho para engullirlo y triturarlo. No consiguió zafarse y la ola arremetió contra él, zarandeándolo y arrastrándolo violentamente hacia la playa, donde lo dejó tirado sobre la arena mojada, maltrecho y magullado. Se arrastró pesado hasta la arena seca, donde quedó tendido, arropado por los cálidos rayos de sol. Y descansó durante un rato. Hasta que la ira de la estrella se desató, derramando oleadas de ardientes saetas, que herían la delicada piel del muchacho. El cual se incorporó molesto y echó a andar hacia el interior. La arena le quemaba los pies. "Una sombra, una sombra". El sol se quedó sin fuerzas, y hordas de negras nubes tomaron los cielos. La arena dejó paso a la pradera, que refrescó sus pies. Una brisa fresca comenzó a jugar con él, envolviéndolo y aliviando su enrojecida piel. Pero, como el calor, el frescor se hizo más intenso, los dientes del chico castañeteaban. En esto que un relámpago rasgó súbitamente la oscura tela del cielo, la brisa le llevó el olor a quemado, y al instante sonó un poderoso estruendo que hizo vibrar al chico ce la cabeza a los pies. Echó a correr... "¡Pedro, coge a tu hermano!" El grito de ninguna parte asustó al chico, que tropezó y se abalanzaba contra el suelo cuando, desconcertado, tubo la sensación de que lo elevaban por los aires, volvió a notar el vértigo en la boca de su estómago, su cuerpo se transformó, ya no era tan alto, era un niño, de cuatro años. Todo se apagó. Abrió los ojos, oscuridad. Respiraba humo, tosió. "Vamos Javi, pequeño..." Le dijo Pedro, su hermano, antes de toser. Por el pasillo de la casa se oía la voz del padre, alarmado, llamando a Eva. "¿Qué ocurre?" Preguntó ésta. "Vamos, corre, la casa está ardiendo. Coge a tus hermanos y salid de aquí" "¿Y mamá?" "Ahora voy a por ella, daos prisa" Eva cogió al pequeño de brazos de Pedro y salieron. Por la escalera había gran confusión, por las ventanas se podían ver luces intermitentes entre humo y agua. La gente chillaba, salí de sus casas. Hacía mucho calor, la piel le picaba. Unos bomberos en el tercero les rociaron con agua, y les indicaron que no se acercaran al hueco de la escalera. Pero se podía sentir el calor desprendiéndose de las paredes. Su padre les alcanzó en el primero, llevaba a la madre inconsciente al hombro, les tranquilizó: "Sólo está desmayada, venga, vamos" El crepitar de las llamas se oía por todos lados, un grupo de bomberos entró en un piso echando la puerta abajo con sus hachas: "¡Cuidado!" se oyó. Una explosión sacudió la casa. Mientras, ellos habían llegado al portal, luces, humo, y agua. Alguien les gritó: "¡Por aquí!" En brazos de su hermana pudo ver cómo el edificio estaba envuelto en llamas. El frío de la noche se apoderó de su cuerpo. Tiritaba. Lo metieron en una ambulancia, lo echaron sobre una camilla, lo taparon con una manta y le pusieron una máscara de oxígeno. Su hermana estaba sentada a su lado, con otra máscara, la cabeza sobre una mano, la otra mano sujetando la máscara. El pequeño entrecerró los párpados, la luz del interior de la ambulancia comenzó a bailar, a desdibujarse, a dividirse y volverse a unir. El pequeño cerró los ojos. Todo se volvió oscuro, salvo por algunas chiribitas que surcaban su campo de visión como minúsculas luciérnagas. "Tengo sed. Dame agua"
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