Sin muchas cavilaciones
decidí, en el segundo año de la Era de Genroku
(1689), emprender mi larga peregrinación por tierras
de Oou. Me amedrentaba pensar que, por las penalidades del
viaje, mis canas se multiplicarían en lugares tan lejanos
y tan conocidos de oídas, aunque nunca vistos; pero
la violencia misma del deseo de verlos disipaba esa idea y
me decía: “¡he de regresar vivo!”.
Ese día llegué a la posada de Soka. Me dolían
los huesos, molidos por el peso de la carga que soportaban.
Para viajar debería bastarnos sólo con nuestro
cuerpo; pero las noches reclaman un abrigo; la lluvia, una
capa; el baño, un traje limpio; el pensamiento, tinta
y pinceles. Y los regalos que no se puedan rehusar…
Las dádivas estorban a los viajeros. |