La distancia que me separaba de Fukui era sólo de tres ri, de modo que después de la cena me puse en camino. La caminata en el crepúsculo fue lenta. En Fukui vive un anciano ermitaño llamado Tosai. Hace ya mucho, tal vez unos diez años, fue a Edo a visitarme. Aunque temía que estuviese muy viejo o que hubiese muerto ya, pregunté por él a la gente. Me enseñaron el lugar donde aún vivía. Su morada se hallaba situada en las afueras de la ciudad; era una casita extraña, cubierta de enredaderas de flores de yugao, hechima, feito y hahakigi. (1) Las ramas cubrían la puerta. “Aquí debe ser”, pensé. Llamé y salió una mujer de humilde apariencia, que me dijo: “¿De dónde viene usted, reverendo? Mi dueño fue a casa de un señor que vive cerca. Si quiere verlo, búsquelo allá”. Parecía una de esas figuras de los cuentos antiguos y presumí que era su esposa. Busqué a mi amigo, lo encontré y pasé dos noches en su casa. Al despedirme, le dije que deseaba ver la luna llena en el puerto de Tsuruga. Por toda respuesta Tosai dobló la falda de su kimono y, muy contento de ser mi guía, se fue conmigo.
Notas:
- Yugao: Lagenaria vulgaris Ser; tiene una flor parecida a la que en México llaman campanera. Hechima: Lugga Cylindrica Roem; en México: estropajo. Feito: Celosía Cristata L; en México: manto. Hahakigi: Kochia seoparia Schrad; sus tallos se usaban como escobas.
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